lunes, abril 12, 2010

"Deja fluir mis huesos entre las hojas"


Tapies


Pienso en el siguiente martirio chino:

El verdugo encadenaba a las víctimas, generalmente dos enamorados, o dos esclavos prófugos, con grilletes, uno a otro por los pies, y los depositaba en lo más hondo de un profundo pozo tapiado. Al cabo de meses, cuando el verdugo abría el hoyo, encontraba los restos de las víctimas muertas, entredevoradas.

Imagino una escenografía. Otorgo un rostro y un pasado a cada condenado.
Planteo paralelismos cotidianos; vitales.

Similitud insoportablemente implacable con la existencia.
Con los actos interpersonales.

Sensación de frío
por
frivolizar la carne herida.

Entonces, y sólo entonces, me vuelco en el pozo,
y una (única) posibilidad es plausible:

lágrima
hambre
sed
amor

amor por la carne

psicologizada por los verdugos chinos

resulta obvio: cuando se puede filtrar
belleza a partir de actos atroces

la simiente de la estética
se torna oscura e insalubre


/*/

Cuando la belleza es tan radiante:
es una malformación de la naturaleza
Fernando Arrabal

/*/

Todo lo que la carne me enseña,
supone mi irremisible abolición.
Cioran

/*/

Ves tú el alineamiento de cadáveres en mí?
Tristan Tzara




9 comentarios:

Portinari dijo...

Te volcaste en el pozo, y yo también miré, a ver qué encontraba después de que arrojaras tu mirada a la oscuridad.

Enrique, te parecerá absurdo, pero quería preguntarte más sobre esto que has escrito, y no sé exactamente qué preguntarte, hacia dónde mirar.

Enrique M. dijo...

No es absurdo, Portinari.

A veces el pozo inarticula la palabra. A veces, como dices, el ojo solo es capaz de arrojar la mirada, y olvidarla en el fondo.

A veces el pozo es tramposo.

Pero si consigues rescatar un vocablo o un haz de luz, responderé encantado.

Portinari dijo...

Afilo mi pregunta esta noche en la oscuridad del pozo, y si me das el tiempo, mañana te la formulo, espero que con precisión de la que sólo es capaz la mirada.

Mientras, abrazos.

Enrique M. dijo...

Bien.
Esperaré.

Abrazos.

Portinari dijo...

La pregunta, con un día de retraso: ¿qué viste en el pozo?
¿por qué miraste?

Enrique M. dijo...

Respondo con igual (o mayor) retraso:

Vi un reflejo vibrante en el fondo de un pozo que no tenía agua. Vi, en el reflejo, rasgos difusos, familiares. Vi el moho ascendiendo entre las piedras para proclamar la palabra de la carne.

Y acudí al pozo, como quien acude a una llamada. Ataviado de verdugo, encadenado como preso (presa). Como quien vislumbra el crimen y desea ser su autor/su juez/su reo.

En definitiva, asumiendo un ejercicio de inmersión absoluta. El pozo no se presenta como una novedad. Lo rodea todo. Los supermercados, los bancos, las salas de espera de los hospitales, las viviendas particulares...

Nada hay de singular en esa enorme tensión de la pareja que se ve forzada a devorarse, por sobrevivir tan solo unos días más. Simplemente la abolición. De todo lo que allá abajo no tiene valor. De la sutileza. De la interpersonalidad condescendiente. De la estructuración del pensamiento. Y por encima de todo, de los filtros. Porque en el pozo no hay lugar para los filtros.

Y si esta vez miré en el pozo (siempre presente), es porque su eco sonaba peligrosamente comprensible.

Lara dijo...

La entrada tenía la fuerza del agujero, y el desarrollo y las preguntas de los comentarios tienen la fuerza del ojo.

Es fuerte esto, esta digresión que nos has abierto.

Yo me quedo con una cosa: "entredevoradas".

Ahí lo veo todo.
Me conquista esa palabra.
Tiene toda la esencia del dolor, de lo pérfido, pero es una palabra amante.

Un abrazo.

Portinari dijo...

Me guardo tus ojos.
Miro los pozos.

Gracias.

Julio Castelló dijo...

Jooooder. Aún ando... digiriéndolo.